-decía mi padre-
cuando estabamos del mismo lado
Los pastizales estaban altos, sin cortar
La única preocupación era el nudo correcto de la tanza
en el carrete
Nunca más supe de él,
No tuve apariciones, ni ruidos,
ni sueños perturbadores.
Qué dirá de la muerte ahora?
Pensará soluciones?
Qué dirá de la muerte ahora?
Pensará soluciones?
Quizás
ya no busque resolver nada
Haya dejado crecer el pastizalHaya olvidado el nudo correcto de la tanza
Se dedique a esperar
un ruido
un sueño
algo mío y perturbador
desde la muerte
Mi padre no sabía sangrar
Mi padre no sabía sangrar, pero aprendió a fumar como un jinete de la muerte. Encendía su cigarrillo y se sentaba en un rincón de la casa. Había humo en su mañana. La rabia y la ceguera le crecían por la siesta.
Cuando se fue, no pude llorar.
Todavía en medio de la noche veo la colilla encendida, una luz que no alcanza a iluminar nada, pero prende fuego a todos los rostros de mi mente.
Acerco mi frente y arde la proximidad de mi padre
El aprendió a justificar su ausencia con la muerte y yo aprendí a jugar que me desangro. Pero no es cierto. Lo único cierto es que fumo en la oMscuridad de aquel rincón. Llevo a mi padre al pulmón y me siento como él, en el borde de la rabia y la ceguera.
Soy una mujer distante. Soy la herida hermética que mi padre no aprendió a sangrar. Y él es también mi radical y más cerrada herida. Por eso cada noche nos sentamos en silencio, con más fuego que espanto, nos sentamos a extinguir lo que no pudo apagarse con la muerte. Me esfuerzo por sangrar pero sólo cae ceniza.