En el correo, la mujer que vende sobres es
ciega
Sus ojos son pisadas de un animal
que huyó hace tiempo
Me reconoce cada vez que llego
Esta mañana me dijo: vos sos la chica
que escribe poemas
Y a quién le enviarás hoy?
Me dio un sobre pequeño donde calza
justo un libro
Aunque en su mirada no calce una sola visión
Sus ojos son blancos como las sábanas de algo moribundo
Sus ojos son blancos como la espalda de un dios
íntimo con ella
que se rehúsa a mirarnos.
De ellos no cae agua nieve
Caen esquirlas de un volcán
que trama en las profundidades.
Estos son tus poemas? Preguntó la
primera vez
Tomó el libro pero no como un libro
sino como si tomara un cráneo, un ramo, una
espada
algo frágil y feroz, distante a nosotros.
Abrió en la página 30 y con sus dedos
recorrió los versos
de derecha a izquierda como si desandara
un viaje
Se frenó en la palabra ciervo
La acarició una y otra vez
como si hubiese decidido domesticarla
Su índice se superpuso a la palabra
que ya no se vió
Como si el ciervo hubiese
entrado en ella
Como si nunca se hubiese ido
como si sus patas firmes
ahora en un nuevo territorio
ahora en un nuevo territorio
hubieran borrado por un instante
las viejas pisadas